martes, 1 de diciembre de 2009

El chico que no quiso crecer

El siempre polémico Allen Iverson se fue dando un sonoro portazo de la casa que le acogía previo paso a la jubilación. Memphis recibió a la que fuera gran estrella mediática con los brazos abiertas y la chequera dispuesta, y a cambio consiguió un desprecio caprichoso.

Mucho se habló en verano de los destinos que le aguardaban a Iverson. Lo llamativo del asunto es que los candidatos eran de un perfil competitivo bajo, nada de contendientes ni equipos de alto rango.

La carrera de A.I está plagada de éxitos ligados a unas dosis bien aliñadas de desencanto y esperanzas rotas. Deportista brillante con mente dispersa, manejó muy mal los tiempos en su estatus de jugador súperclase. Podría haber sido un buen quarterback pero se decantó por el baloncesto. Jugó en una Universidad de prestigio pero no logró conectar con su programa académico, dejando su futuro a expensas de su propio talento atlético. Nada que reprochar en este último apartado, ya que ha ganado dinero para gastar en un puñado de vidas.

John Thompson ni Larry Brown, entrenadores y consejeros, no le supieron encauzar ni en Georgetown ni en Philadelphia. Eso sí, Brown sacó el mejor jugo de Iverson alcanzando con su liderazgo las Finales.

La relación personal con Allen nunca fue fácil. Forzó su salida de los Sixers y de los Nuggets, al no soportar en este caso la primacía que significaba la figura de Carmelo Anthony. Bien cumplidos los treinta se vio inmerso en un traspaso que podría haber sido un auténtico punto de inflexión, recalando en una máquina engrasada y todavía en marcha como eran los Pistons. Sin embargo en ningún momento encajó su nuevo rol, relegado a un papel secundario saliendo del banquillo.
Se ausentó de una serie de entrenamientos y dejó patente su total falta de compromiso con la casaca de Detroit.

Cuando ya se veía pidiendo su plan de pensiones le llegó una oferta de Memphis. Buena oportunidad para abatir el sillón de su talento, que resultó un fiasco tanto para la franquicia como para él. Tampoco aceptó no salir de inicio y montó la enésima rabieta que dio lugar a su salida defintiva. En ese momento se cruzó en su camino la necesidad de New York de llenar su pabellón, que unido a los apoyos vía prensa y de ciertos grupos de presión, conjugaron un intento de acceder a los vestuarios de local del Madison. Demostrado ha quedado que los pasillos de la histórica cancha no le quieren de forma permanente.

Ahora llega su inminente vuelta a la actividad en el sitio donde comenzó todo. Philadelphia le quiere y le ofrece cobijo. Aceptará solamente si le espera un puesto en el quinteto. Quizá los desesperados Sixers puedan recoger el resto de zumo que le queda a una fruta madura, el rendimiento residual de un chico que no quiso crecer.

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