martes, 22 de marzo de 2011

El sucesor

Cuando las luces de la fiesta se apagan, alguien tiene que encargarse de recoger toda la porquería, los cristales rotos y fregar los suelos salpicados con la bebida ingerida en grandes dosis. No siempre es fácil.

Los Bulls encadenaron unas series de ensueño en los 90, contando con el Jordan más colaborador y con la sabiduría de un entrenador destinado a convertirse en leyenda. La historia de los Bulls ya queda ligada a dos personalidades tan distintas como agradecidas de haberse encontrado. El equipo de Chicago no habría alcanzado la gloria sin Michael Jordan, y MJ no tendría la vitrina llena si no se hubiese cruzado en su camino un técnico poco valorado en sus inicios como fue Phil Jackson.

El nexo tardó en cuajar. El egoísmo acentuado de Jordan no encajaba con los postulados participativos, el reparto de responsabilidades y la asunción de la toma de decisiones otorgada a jugadores de menor nivel. Michael no comprendía que el beneficio de todos era el bien común, y que una sola persona no podía cargar con el peso del colectivo. Sus logros individuales por momentos eran suficientes, y la competición con la estadística parecía ser el único aliciente para salir a la pista.

Algo cambió cuando Jackson asumió la silla de "head coach". La fractura entre Jordan y Doug Collins ya se hacía insostenible, y el pulso lo venció el jugador estrella. Collins dejó sus enseñanzas para la tele y el relevo recayó en un entrenador asistente.
Phil Jackson no tardaría demasiado en convencer a sus jugadores de que para ganar hacía falta crear un triángulo en el que todos estuviesen integrados. Sin embargo, el eje fundamental de ese triángulo ideado para la victoria no estaba conforme. Jordan seguía creyendo en su autoridad como la única reconocible en su equipo, y Jackson tuvo que luchar contra un ego de proporciones bíblicas. Lo que pasó en ese vestuario y las conversaciones entre Jordan y Phil darían para un film con mucho contenido.

Finalmente la alianza se forjó, y el pacto dio lugar a uno de los mayores éxitos conocidos en este deporte.

Acabado el champán, y con el cruce de caminos que separaba a MJ y Jackson a la vista, tocaba recomponer las piezas. La vieja guardia asumiría la aportación de Jordan, y para dirigir la nueva era se llamó a un entrenador sin experiencia NBA pero con sólida carrera en la liga universitaria. Tim Floyd permaneció al frente del equipo desde el inicio de la temporada 1998-1999 hasta diciembre de 2001, cuando la paciencia de la grada, de la prensa y de Jerry Krause se agotó. Fueron tiempos de una travesía oscura y complicada.

Pase lo que pase esta temporada, Phil Jackson dejará atrás su prolífica etapa en los Lakers. La decisión está tomada. Lo que no está claro es la cara que se verá en la silla de Jackson, que ha mostrado su respaldo a su asistente Brian Shaw.

Shaw, ex jugador de Lakers y a la sombra de Jackson los últimos años, es la opción más viable. Ya sea por el conocimiento de los entresijos del equipo, por la continuidad que daría a los esquemas actuales, por su vinculación a la ciudad, o por contar presumiblemente con la confianza de los pesos pesados, el caso es que cuenta con muchos apoyos.

Al contrario que lo que le sucedió al anterior sucesor de Jackson, la principal estrella del equipo no va abandonar el proyecto. Las semejanzas que se buscan entre Jordan y Kobe no llegarán a ese extremo.
Veremos la suerte que corre el nuevo sucesor de Phil Jackson. Las luces se apagarán, la neverá se vaciará y a otro le tocará tirar de mocho y fregona.

miércoles, 9 de marzo de 2011

La soledad de Messina

Aterrizo después de un breve periplo fuera del país y a los pocos minutos descubro con cierta incredulidad que Messina ha dejado de ser entrenador del Real Madrid. Poco a poco mi cabeza se llena de datos, de informaciones, de opiniones sobre el pequeño terremoto que sacudió los cimientos del club blanco a final de la semana pasada.

Un mal partido, uno más, y con la paciencia del técnico italiano a punto de rebasar el límite. Fue el inicio del cataclismo. Me cuentan que desde dentro el descontento de ciertos jugadores era evidente, que no todos tiraban del carro. Este último aspecto, el del esfuerzo, fue abiertamente censurado por Messina con la complicidad de la televisión. Un pulso a los críticos del vestuario que ya no estaba dispuesto a seguir planteando. Messina, con una tarjeta de presentación difícilmente igualable en Europa, no necesita quemarse a lo bonzo. Simplemente ha optado por apartarse, y dejar que los que boicotean el reparto de minutos y la selección de jugadores devoren las migas que Ettore ha ido dejando.

Messina ya había fruncido el ceño hace semanas justo después de la disputa de la final de la Copa del Rey, con una falta evidente de apoyo del máximo dirigente del club. Que a Florentino no le preocupa demasiado la sección de baloncesto no es secreto. Los tibios intentos de revitalizar el basket han servido para rescatar algo de éxito y una pizca de entusiasmo. Poco más.

La decisión de Messina de entregar la cuchara fue fulminante y sin posibilidad de vuelta atrás. Cuando desde arriba se procuró tender la mano ya era tarde. El italiano se va y su eterno segundo se queda como entrenador interino hasta final de temporada. La herida no se cierra.

La sensación que tengo es que Messina nunca terminó de encajar en una dinámica que le arrastró a una vulgaridad que nunca soñó y que le ardía por dentro. Su categoría profesional y el orgullo por rendir pleitesía a su propio pasado fueron el combustible para seguir vivo dentro del Madrid. Ya es otro entrenador consumido por el voraz apetito de la exigencia deportiva y social de un club acostumbrado a ganar.

El graderío en el último partido en la Caja Mágica fue suficientemente explícito. Pitada general. Messina esbozará una media sonrisa lejos de allí. Los jugadores tendrán que cambiar el paso. La lupa ahora fijará su atención con mayor detalle.