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jueves, 10 de enero de 2013

Los Supersonics de nuevo


Los hermanos Maloof dejarán de ser dueños de los Kings
Distintas circunstancias ocasionaron hace cuatro años el cierre por defunción de los Supersonics, la franquicia con sede en Seattle que adornó su extensa carrera en la NBA con un subcampeonato. Corría el año 1996, y fue George Karl el que llevó al equipo a una cota inédita, hincando la rodilla finalmente ante los entonces todopoderosos Bulls.
El coste de mantener a los Sonics en el estado de Washington produjo una serie de desencuentros que provocaron la salida rumbo a Oklahoma City, que ha visto crecer a un talentoso y joven roster construido sobre la base existente en Seattle, liderados por Kevin Durant.
Desde el mismo instante de la partida los rumores acerca de una vuelta han ido apareciendo a cuentagotas. Toda pista sobre la venta posible de una franquicia tenía un punto común, el interés del supuesto comprador en devolver a Seattle el baloncesto NBA. Nada de eso se hizo realidad.
Sacramento ha vivido en el último lustro, coincidiendo con la marcha de los Supersonics, su particular calvario a nivel deportivo e institucional, donde la política ha jugado un papel clave en el día a día de un equipo regido por los controvertidos hermanos Maloof, odiados por la gerencia de la liga y por otros tantos propietarios y personas vinculadas a la liga. Podemos incluir en la lista a Kevin Johnson, excelso jugador y actual alcalde de la capital de California. Su relación con los dueños de los Kings ha ido siguiendo una trayectoria de subidas y bajadas, y ahora se pone punto y final con la más que presumible marcha del equipo lejos de la ciudad. Un millonario de nombre Chris Hansen ha acordado la compra de la franquicia con visos de alojarla en Seatlle.
Realmente tampoco significaría la primera mudanza de los Kings, que han sido locales en canchas de Rochester, Cincinnati y Kansas City. Su apellido fue primero el de Royals, y su logo e imagen han sufrido modificaciones importantes. Su camino no ha sido especialmente bondadoso, conocido y añorado por su juego de ensueño a las órdenes de Rick Adelman, pero también recordado por contar con jugadores de corte problemático y sus disputas internas.
No parece que haya problemas en que Hansen logre reubicar su proyecto en Seattle con su original Supersonics. Hay un pacto del propietario de los Thunder para ceder simbólicamente, no sé si gustosamente, su nombre y sus colores verde y blanco en el caso de que la ciudad recuperase el baloncesto. Años después, no demasiados, el aficionado que lloró la marcha de los Sonics puede volver a sonreir. Les toca ahora agarrar los pañuelos a los fans de los Kings, que deberán utilizar sus cencerros para animar otra actividad deportiva. Aunque en la NBA no hay guión que no se pueda borrar, y quién sabe si el bueno de Kevin Johnson geste en la sombra algún acuerdo con un tipo acaudalado para retomar el basket si hay ocasión. Lo que está claro es que en Sacramento hay afición, el mismo argumento que hace que un pabellón Seattle encienda próximamente las luces para seguir las evoluciones de un balón, dos canastas y diez jugadores vestidos de corto. Adios señores Maloof, bienvenido señor Hansen.